Aprendizaje de la
resiliencia:
nuestra capacidad de sobreponernos. La resiliencia se define
en el diccionario como la resistencia de un cuerpo a la rotura por golpe; la
acepción psicológica se refiere a la capacidad para afrontar la adversidad y
lograr adaptarse bien ante las tragedias, los traumas, las amenazas o el estrés
severo. Las personas resilientes poseen tres características principales: saben
aceptar la realidad tal y como es, tienen una profunda creencia en que la vida
tiene sentido y tienen una inquebrantable capacidad para mejorar.
Una de las habilidades básicas que todo ser humano ha de
aprender es la regulación de su propio organismo, de sus propias necesidades.
Hablamos Hablamos de la regulación emocional, ya que las emociones son las
cualidades psicológicas que reflejan los estados del cuerpo (Damasio, 2005) e
informan del bienestar o malestar del niño en relación con su mundo interno
(necesidades) y el mundo externo (las relaciones con otros seres humanos y en
general el entorno).
El bebé es una criatura que no tiene todavía la capacidad
para cuidarse y calmarse a sí mismo debido a la falta de maduración neurológica
que le caracteriza al nacer.
Sabiduría ancestral…Esta sabiduría está ya programada, no
tenemos que pensar en ella para poder emplearla, y nos dice qué ocurre en
nuestro medio interno (el cuerpo) y qué necesitamos hacer para lograr
satisfacernos. El bebé no es consciente de lo que le pasa ni de lo que
necesita; y no puede hacer gran cosa por satisfacer su necesidad. Para el bebé
sentirse mal es sentirse muy mal, todavía no ha desarrollado un sentido del
tiempo y por tanto de la demora o posposición de la satisfacción de sus
necesidades. Para él todo es «ahora», y cuando se siente mal ha de ser atendido
ahora. Todo lo que sabe hacer es llorar como su manera de informar al mundo de
que está mal. Y necesita de alguien que sepa responder a su llamada.
Todo en el organismo está diseñado para facilitar el
crecimiento y el equilibrio (los biólogos llaman a este equilibrio
«homeostasis»); así que cuando emergen las necesidades se pone en marcha el
programa para tratar de recuperar el estado de bienestar: la homeostasis.
Cuando este proceso se hace de manera adecuada y efectiva de forma sistemática,
estable y predecible el niño va aprendiendo en su ser profundo y corporal que
«puede confiar en el otro», que sus necesidades son «importantes», que «está
bien pedir» y que como ser humano es «digno y valioso».
Todo esto ocurre en el período desde la concepción y se
consolida en los dos primeros años de la vida. En este tiempo, el vínculo con
la madre es lo más importante; aún no ha aprendido a diferenciarse a sí mismo
de su madre, es egocéntrico por naturaleza y por tanto experimenta que el otro
ha de estar a su disposición y de manera inmediata; el otro es suyo, una
prolongación de sí mismo.
Capacidad para saber calmarnos a nosotros mismos, ya que el
niño va aprendiendo a hacer consigo mismo lo que los adultos han hecho con él.
Llamamos a esto internalización del cuidador. Tomemos el ejemplo de un niño
pequeño que se lastima en una rodilla; su papá se acerca a él y le dice «Pupa,
pupa, no pasa nada, aquí está papá y pronto pasará» (al tiempo que le acaricia
la rodilla o le aplica un poco de Betadine); con el tiempo podemos ver a este
niño que cuando se lastima, él mismo se dice «Pupa, pupa» y se da besitos en la
mano en la herida. Es una forma evidente en la que el niño ha incorporado al
cuidador como figura constante e interiorizada. Esto implica el desarrollo de
la capacidad de regular el mundo interno, de calmarse a uno mismo y,
finalmente, de saber cuidarse.
Así que la habilidad de regulación emocional comienza siendo
siempre interpersonal; es regulada desde el exterior por alguien que sabe
hacerlo, generalmente en la díada madre-hijo.
Como afirma Allan Schore (1994), la regulación emocional
empieza siendo «regulación biológicamente interactiva», y la madre actúa como
un córtex auxiliar externo para que pueda llegar a ser «autorregulación
biológica autónoma», así el niño es capaz por sí mismo de identificar, nombrar,
calmar y manejar los afectos propios.
Los adultos que no han tenido esta experiencia de un
cuidador estable y que sabe responder a sus necesidades quizás de adultos
acudan a fármacos o diversas adicciones para calmar su dolor y vacío interno.
Texto resumen del libro Más allá del yo, de Mario C.Salvador
Foto: ann-h
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