La primera experiencia, tal vez la más elemental y predominante del ser humano que no ha nacido aún es aparentemente la táctil. Cuando un embrión tiene menos de 8 semanas, antes de poseer ojos y orejas y cuando todavía mide menos de 3 cm, desde la parte superior de la cabeza hasta las nalgas, responde al tacto. Si se lo toca suavemente sobre el labio superior o sobre la nariz, doblará hacia atrás el pescuezo y el torso como para alejarse del cosquilleo. Cómodamente alojado en el útero materno, el feto siente contra toda la superficie del cuerpo la presión cálida y pareja del fluído amniótico, y magnificado por éste, el rítmico latido del corazón de la madre. En el momento de nacer, el bebé es expulsado lenta pero inexorablemente desde su rítmico y abrigado refugio hacia el exterior. Sometido durante un rato a una gran presión, es luego forzado hacia el mundo exterior para sentir por primera vez en la piel, a atracción de la gravedad, la presión de la atmósfera y una temperatura que no es la del cuerpo. El “shock epidérmico”, como lo llamó Margaret Mead, es uno de los mayores impactos del nacimiento. También sugiere que, como la piel de las mujeres es generalmente más sensible que la de los hombres, tanto unos como otros, comienzan a experimentar el mundo en forma diferente desde el primero momento de vida.
El bebé recién nacido explora mediante el tacto, es así como
descubre donde termina su propio cuerpo y empieza el mundo exterior. Cuando
comienza a moverse, el sentido del tacto es su primera guía. Se encuentra con
superficies que lo enfrentan y superficies que ceden; contra el calor y contra
la experiencia visual a la táctil; al ver una pared, sabe que es dura.
Eventualmente da un paso hacia adelante en su educación, aprendiendo el símbolo,
la palabra “duro”. Si se priva a un bebé de la primera experiencia de aprender a
través del tacto, podrá no captar el producto final, el símbolo, de manera tan
clara. Esto bien podría explicar el por qué los niños de un orfanato algunas
veces tienen problemas para captar ideas abstractas. El aprendizaje emocional
también comienza a través del tacto. La voz de la madre pasa a sustituir el
contacto y sus expresiones faciales le comunicarán al bebé las mismas cosas que
antes le comunicara al tenerlo en sus brazos. A medida qe el bebé crece, aprende
a diferenciar los objetos, toma conciencia de que existen partes de su propio
cuerpo y del de las otras personas que pueden tocar y otras no. En el
transcurso de la niñez, los roles masculinos o femeninos se aprenden en cierta
medida en base a las reglas que establecen cuáles partes de la piel pueden
exponerse y cuáles no; qué partes del cuerpo pueden tocarse, en qué
circunstancias y por quién.
A los 5-6 años, en nuestra sociedad los niños comienzan a
tocarse y ser tocados cada vez menos; pero durante la pubertad, parecen
volverse nuevamente ávidos del contacto físico, comenzando a hacerlo con amigos
del mismo sexo – para los varones parece sólo posible mediante la práctica de
deportes-y luego lo harán con los del sexo opuesto.
Cuando el individuo descubre las relaciones sexuales, en
realidad está redescubriendo la comunicación táctil; de hecho parte de la
intensa emoción que se siente a través de la experiencia sexual puede deberse a
la reminiscencia que los retrotrae a un medio de expresión mucho más primitivo
y poderoso. Entre madre e hijo puede existir un lenguaje de contacto y el mismo
es real en el caso de la comunicación amorosa. Más aún, en las relaciones sexuales
no sólo existe el contacto en sí sino que la textura misma de la piel es parte
de la experiencia. El antropólogo Edward Hall describió “la resistencia por
medio del endurecimiento, como si se tratara de formar una coraza contra el
contacto no deseado o las variaciones excitantes y continuas de la textura de la
piel durante el acto de hacer el amor, así como la sensación como de terciopelo
que se siente después de lograr la satisfacción, son mensajes que se transmiten
de un cuerpo a otro y poseen un significado universal”.
Esta sensibilidad al tacto continúa hasta la edad adulta.
Fragmento de: El lenguaje de los gestos de Flora Davis.
La imagen es de Anna Shvets.
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